lunes, 7 de septiembre de 2015

CREMA DE NECTARINAS


 
Con las vacaciones casi olvidadas, encaro el mes con el bolsillo esquilmado y el  mismo apetito de siempre. Pero, para que la cuesta de septiembre sea menos empinada, os propongo una rica receta de aprovechamiento para esas nectarinas jugosas y frescas que, de un día para otro, se vuelven tan maduras que, al comerlas, se desperdicia la mitad.
 

Ingredientes:  

4 Nectarinas maduras
4 Yemas de huevo
6 Cucharadas rasas de maicena
Zumo de media lima
1 Piel de limón
4 Cucharadas de azúcar glas 

Azúcar para caramelizar
 

Preparación: 

Se pelan las nectarinas y se tritura su pulpa hasta obtener un puré fino. Se pone en un cazo a fuego bajo junto a la cáscara de limón y el zumo de lima.
Mientras tanto, se separan las yemas de las claras.
A las yemas, se les añade la maicena y se mezcla.
A continuación, se vierte el azúcar glas y se integra bien.
Cuando el jugo de nectarina comienza a hervir, se retira del fuego y se va vertiendo poco a poco en las yemas, sin parar de remover. Se vuelve a  incorporar esta mezcla  al recipiente, poniendolo nuevamente en la candela. Se mantiene al calor removiendo constantemente, hasta que espesa y queda con una consistencia parecida a la bechamel. 
Se cuela la crema para evitar posibles grumos y desechar la piel de limón.
Distribuir en moldes individuales y meterlos en el frigorífico cubiertos con el papel film ‘a piel’  (pegado a la superficie de la crema).
Justo antes de servir, se espolvorea con azúcar y se carameliza con un soplete para que se forme una costra crujiente. 
 

Consejos: 

Una de las maneras de saber que la crema está en su punto, es cuando permite dibujar surcos en la superficie al mover la varilla.
Esta receta se puede preparar con cualquier otra fruta jugosa, ya que se trata de una versión de la crema catalana, pero sustituyendo la leche por el jugo de la fruta fresca elegida. Es, por tanto, apropiada para los alérgicos a la lactosa o proteínas de la leche.
Un último consejo: no caramelizarla hasta el momento de servirla, ya que, de lo contrario, el azúcar se humedece y  pierde la gracia del toque crujiente

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